jueves, 5 de agosto de 2010

Arena y sal

Su paso era lento, cadencioso, midiendo cada centímetro que movía sus caderas. Parecía que levitaba, que su cuerpo era de pluma, que no pesaba; ligereza señorial.


Dejó su bolso sobre la arena e inclinó su tronco para abrir la cremallera, con tal parsimonia que el tiempo parecía que estaba detenido. Sacó su toalla turquesa que hacía juego con sus iris profundos como el infinito. La extendió sobre la arena. Cruzó los brazos sobre su pecho, sujetó la parte baja de su volátil vestido y se desprendió de él. Dejó al descubierto su blanca piel que hacía contraste con la negrura de su larga cabellera a la que liberó de la pinza que la sujetaba cayendo lenta y suavemente por sus hombros y su sedosa espada. Se desprendió también de la parte baja de su bikini dejando su cuerpo completamente desnudo e indefenso bajo los rayos del abrasador sol.

Se tumbó sobre la toalla y cerró los ojos, parecía que estaba sumida en un profundo sueño, no se movía. Poco a poco empezaron a aparecer sobre su piel gotas de sudor que iban humedeciendo cada tramo de su piel.

Colocó la mano derecha sobre su pecho, la palma de la mano se deslizaba suavemente por la curva de sus senos. Las gotas de sudor ayudaban a que le movimiento fuese más deslizante. Pronto la mano izquierda ayudó en su trabajo a la derecha y ambas se pusieron a masajear los firmes senos de esta sirena que había surgido en mi playa…

Parecía que estaba cada vez sintiendo más placer, su boca le delataba, mordía con fuerza su labio inferior y elevaba su espalda de la toalla y la volvía a bajar. La mano derecha comenzó a dibujar su cintura, su ombligo, llegando a su delicado pubis, perfectamente depilado. La palma de la mano acariciaba suavemente la zona una y otra vez… una y otra vez…

Juntó los dedos índice y corazón y tranquilamente los mojó en su boca llevándolos de nuevo a la puerta de su cueva. Los introdujo dentro de su ser. Los entresacaba siguiendo una banda sonora que dejaba ser oída por todos volviéndolos a introducir. Su boca comenzaba a emitir gemidos que provenientes de ella eran música celestial. Ladeaba la cabeza llena de todo el placer que la embargaba. Los dedos se le deslizaban sabiendo lo que buscaban y reconociendo el camino recorrido en muchísimas otras ocasiones…

La suave cadencia del principio cambió a una locura desenfrenada, los dedos parecía que no le pertenecían, ella se movía alocadamente en la toalla, los gemidos silenciosos pasaron a gritos llenos de placer… Estaba empezando a empezar a rozar el cielo con la yema de los dedos, cada poro de su piel estaba recubierto de sudor unido al perfume de las feromonas desprendidas por su ser. Las piernas estaban completamente abiertas, estaba extasiada de placer. De repente fui testigo de aquella explosión maravillosa, perfecta, sublime, como me hubiese gustado poder estar más cerca para recoger cada gota de aquel delicioso néctar de los dioses, diosa en este caso.

Quedó su cuerpo lacio tras aquella genial batalla. Cinco minutos más tarde abrió los ojos azul mar, se sentó en su toalla, abrió un botellín de agua y se lo bebió casi entero. Se levantó se colocó el vestido dejando su cuerpo desnudo bajo él, guardó su toalla, se colgó el bolso y comenzó su cadencioso paso de regreso a su nube porque iría de regreso al cielo.

Todas las tarde voy a la misma playa esperando volver a encontrarme con esta diosa mortal que apareció aquella calurosa tarde y me hizo creer que el paraíso existía realmente.

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